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Venezolanos encuentran en el Norte de Texas una comunidad donde progresar

Texas es el segundo estado del país con más venezolanos, después de Florida

El Norte de Texas ha visto un florecimiento de la comunidad venezolana con la apertura de restaurantes tradicionales, la creación de equipos de kickingball, un deporte venezolano que juegan las mujeres, y el surgimiento de tiendas que venden productos de ese país.

In English: Venezuelan migrants have found a community in North Texas

Texas tiene la segunda concentración más grande de venezolanos en el país después de Florida, según la Encuesta de la Comunidad Americana de la Oficina del Censo 2022.

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En la última década, unos 8 millones de venezolanos han emigrado de su país en un masivo éxodo hacia la frontera de México con Estados Unidos huyendo de regímenes autoritarios, de acuerdo con Washington Office on Latin America, una organización de investigación y defensoría.

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Una de ellos es Liliana Andrea Araujo, quien dejó a sus dos hijas y tomó el mismo camino desde Venezuela hasta Dallas-Fort Worth que había tomado su esposo un año antes.

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Venía cargando una bolsa como recordatorio de la promesa que le hizo a una de sus hijas.

Al igual que Araujo, Beckenbauer Franco, un abogado y activista que huyó de Venezuela para escapar de la represión del gobierno, traía algo de gran valor personal: una carta manuscrita de su hija y un dibujo que hizo de él.

El recuerdo de las tribulaciones que vivieron para llegar hasta el Norte de Texas está aún fresco en la mente de Araujo y Franco.

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Lea aquí: Con o sin TPS, venezolanos eligen vivir en el Norte de Texas

Beckenbauer Franco, de 42 años, de Venezuela, sostiene cartas y dibujos de su hija. Franco...
Beckenbauer Franco, de 42 años, de Venezuela, sostiene cartas y dibujos de su hija. Franco vive ahora en Dallas.(Juan Figueroa / Staff Photographer)

Los migrantes se apoyan unos a otros en su travesía al norte

Araujo, de 42 años, llegó a Estados Unidos procedente de Venezuela en mayo de 2023 con la ayuda de su esposo, Pedro Ortega, quien había emigrado un año antes.

En octubre de 2023, Araujo fue herida de bala mientras trabajaba un sábado en la noche con un equipo de limpieza en la Feria Estatal de Texas.

Fue llevada a un hospital y recibió tratamiento; pero el dolor aún persiste en ella.

“Todo lo que podía pensar era ‘¿Me voy a morir aquí? ¿Venir de tan lejos solo para morir aquí? ¿Después de todo lo que he sobrevivido?’”, dijo Araujo.

Antes de huir de Venezuela, Araujo muchas veces se preguntó si debía dejar atrás su vida, su familia y sus hijas; pero su situación económica empeoraba día a día.

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En marzo de 2023 se despidió de sus hijas, de 16 y 21 años. La más chica le dio una pequeña mochila Totto morada que Araujo le había comprado.

La marca es muy conocida en Venezuela, y su hija quería que tuviera una bonita bolsa cuando llegara a Estados Unidos.

Araujo viajó con la mochila desde Venezuela y a través de Centroamérica hasta México.

Para ella la mochila representaba la promesa que le hizo a su hija: llegaría a Estados Unidos y le enviaría dinero para que pudiera comprar comida, cosas para la escuela y otra mochila igual.

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Araujo hablaba por lo menos dos veces al día con su esposo.

Pero hubo días en que el viaje le parecía imposible. Tenía miedo de ser secuestrada o violada como les había pasado a otras mujeres migrantes.

Por momentos quiso regresar a casa, pero su esposo le dijo que no había marcha atrás.

Beckenbauer Franco (centro) atiende a un servicio religioso en español en la Park Cities...
Beckenbauer Franco (centro) atiende a un servicio religioso en español en la Park Cities Baptist Church de Dallas el domingo 15 de septiembre de 2024.(Juan Figueroa / Staff Photographer)
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En México, Araujo subió a un tren que iba de Torreón a Juárez. En el vagón iban apretujadas más de 100 personas, entre mujeres, familias, hombres y niños viajando solos.

Algunos incluso llevaban sus perros.

Los olores se entremezclaban: perfume; desodorante; comida; orina.

Pero aguantó. Estados Unidos la llamaba. Estaban ya muy cerca de El Paso. Recuerda que se asomó por un pequeño agujero y miró el desierto de Chihuahua.

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El paisaje la hizo sentirse serena y con esperanza.

“El desierto era tan bonito. Nunca había visto algo así”, rememoró Araujo de aquel viaje que duró casi 24 horas.

En un hotel en el centro de Juárez, ella y su grupo tomaron cerveza mientras hacían planes para cruzar a El Paso.

“Todos lloramos en cuanto dimos el primer trago… sentimientos encontrados por el lugar donde estábamos, lo difícil que había sido llegar hasta ahí y que al día siguiente por fin nos entregaríamos a las autoridades americanas”, dijo Araujo.

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Araujo fue expulsada del país la primera vez que su grupo intentó cruzar la frontera.

Era unos días antes de que la administración Biden levantara el Título 42, la medida aplicada a causa de la pandemia y usada para expulsar a cientos de miles de migrantes que buscaban asilo en Estados Unidos, en mayo de 2023.

La administración Trump había implementado dicha ley durante la contingencia de salud pública por covid-19.

Después de que el Título 42 fue levantado, la Patrulla Fronteriza empezó a aprehender a los migrantes dentro de Estados Unidos en lugar de expulsarlos del país.

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En su intento de cruzar la frontera, Araujo perdió la mochila morada que su hija le había dado.

La subieron a un avión junto con docenas de migrantes. Recuerda que lloró cuando los agentes la esposaron y engrilletaron.

“No soy una criminal”, pensó.

Araujo fue expulsada por la frontera Arizona-Nogales. Estaba perdida y necesitaba decirle a su esposo lo que había pasado.

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“Le dije que se calmara y le envié dinero para que se comprara comida, para que pagara un cuarto de hotel y comprara ropa y un boleto de autobús a Juárez”, dijo Ortega, de 40 años.

Una vez que llegó a Juárez, Araujo conoció a un grupo de migrantes que la invitaron a cruzar la frontera esa noche.

De vuelta en su cuarto de hotel, se derrumbó en la cama, abrumada por las lágrimas y la incertidumbre de cruzar o no la frontera otra vez.

“Me levanté súbitamente de la cama, me hinqué y empecé a rezarle a Dios”, relató Araujo.

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Salió del hotel y se fue con el grupo caminando. Al caer la noche llegaron a la frontera.

Caminaron a lo largo hasta que encontraron un lugar por dónde cruzar. Otro grupo de migrantes había cruzado antes y ella decidió seguirlos.

Liliana Andrea Araujo junto a su esposo Pedro Ortega en Dallas.
Liliana Andrea Araujo junto a su esposo Pedro Ortega en Dallas.(Juan Figueroa / Staff Photographer)

Entre ellos había una mujer embarazada, y Araujo decidió no separarse de ella para ayudarla, tomadas de las manos.

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Araujo pensó que esa vez cruzar sería más fácil. Nadie había intentado detenerlos, y la situación parecía tranquila.

Solo necesitó caminar hasta el otro lado, donde pudo ver cientos de personas haciendo fila.

Junto a la fila de personas esperando a ser procesadas por las autoridades había un enorme montón de basura, ropa y pertenencias de los migrantes.

Araujo pasó ahí la noche, cubriéndose con una sábana sucia. A las 6 a.m. se apareció la Patrulla Fronteriza y empezó a acorralar a grupos de migrantes.

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Ella fue enviada a un centro de detención, donde estuvo algunos días, hasta que le concedieron un permiso de permanencia.

Unos meses después empezó a trabajar en una compañía de limpieza en la Feria Estatal.

Todavía le duele el hombro por el balazo que recibió. No había podido encontrar un trabajo estable.

Demandó al presunto tirador y a dos compañías que trabajaban dando seguridad en la feria por más de $1 millón, pero el juicio aún no comienza y el resultado es incierto.

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Después de Araujo, su hija mayor hizo el mismo viaje y ahora vive en California.

Su hija de 16 años todavía está en Venezuela.

Araujo le envía dinero cada semana y habla con ella seguido. Pero en vista de la violencia en su país, Araujo no sabe por cuánto tiempo más permanecerá su hija en Venezuela.

Su esperanza es traerla a Estados Unidos.

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La reacción del gobierno venezolano al activismo obligó a un hombre a abandonar su país.

Como abogado y activista, Beckenbauer Franco, de Barcelona, Venezuela, llegó a la conclusión de que debía huir de su país después de ser detenido por protestar contra la reelección del presidente Nicolás Maduro en el verano de 2018.

Estuvo detenido durante tres días, dice, y en todo ese tiempo su familia y amigos no supieron nada de él.

“Me golpearon en un cuarto oscuro, y me dijeron que iba a pagar por todo lo que estaba haciendo contra el gobierno”, contó Franco, de 44 años.

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Después de ese encuentro, se fue del país con las pocas cosas que podía cargar consigo.

Una de ellas era una carta que le escribió su hija de 7 años un Día del Padre y un dibujo de él en un papel en forma de corazón.

En el dibujo, Franco trae gafas de sol, el pelo despeinado, una camiseta blanca y pantalón de mezclilla.

Junto a él hay dos corazones. Uno tiene una carita sonriente, y el otro las palabras “te quiero”.

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Esos recuerdos de su vida en Venezuela le dieron fuerza en su viaje a Estados Unidos.

Primero se fue a Perú, donde desempeñó varios trabajos durante casi cinco años.

Cuando ya no pudo encontrar trabajo, en 2023, Franco salió con rumbo a Estados Unidos.

Primero viajó a Colombia, luego cruzó el Tapón del Darién, que describió como “un infierno”, para llegar a Panamá.

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En la selva, el grupo con el que viajaba fue detenido y asaltado por una banda paramilitar.

Perdieron lo que llevaban de comida y algunos enfermaron. Algunos no aguantaron y ya no pudieron seguir.

Franco dice que su fe lo sostuvo.

“Todo fue traumático. Una mujer me pidió que le ayudara con su bebé, y yo lo cargué muchos kilómetros”, dijo Franco.

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“El niño no lloró ni una sola vez. Estaba muy deshidratado y hambriento”.

Durante su travesía, varias veces Franco fue extorsionado por las bandas criminales, la policía o las autoridades migratorias de los países latinoamericanos por donde pasó.

Cuando llegó a Matamoros, Coahuila, Franco fue secuestrado junto con otras tres personas.

En cuanto bajaron del autobús, fueron rodeados por un grupo de hombres.

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Si querían irse libres, sus familias tenían que pagar $1,500, les dijeron.

Fueron subidos a una camioneta, y después de una hora de viaje llegaron a la guarida de los criminales. Él corrió en cuanto se bajó del vehículo y logró escapar, dice.

Franco tuvo que llamar a las familias de los otros tres para decirles que contactaran a los secuestradores.

Dice que las familias no enviaron todo el dinero, pero que las personas fueron liberadas.

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Una semana después, él y otro grupo de migrantes decidieron cruzar el Río Grande alrededor de las 4 a.m.

Había neblina y estaba oscuro; era difícil ver a las personas detrás de ellos. Franco dice que la corriente era fuerte y empujaba sus cuerpos mientras trataban de llegar al lado estadounidense.

Un hombre que cruzó después de ellos no sabía nadar y batalló luchando contra el agua. El venezolano pidió ayuda, pero cuando el grupo volteó a ver, ya no pudieron salvarlo.

“Fue lo peor que he vivido. No pudimos ayudarlo”, dijo Franco.

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“Uno se siente inútil porque oye que alguien se está muriendo pero no lo puede ver. No puede uno tirarse al agua”.

Las cartas de su hija sobrevivieron al agua del río porque las había guardado en una bolsa de plástico.

Después de cruzar las volvió a leer, y eso le dio fuerza otra vez.

Franco vino al Norte de Texas porque había oído que era un lugar donde había muchos venezolanos y oportunidades de trabajo gracias a su próspera economía.

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Desde que está aquí, ha estado asistiendo al servicio religioso bilingüe de Park Cities Baptist Church en Dallas casi todos los domingos.

Ha encontrado una comunidad y un lugar dónde conectar con Dios y entablar amistad con sus paisanos.

Franco trabaja en el turno de noche de una planta recicladora de botellas de plástico, lo cual le deja poco tiempo para otras actividades durante el día.

Aun así está tratando de aprender inglés y tomando un curso en línea para trabajar como agente de seguros.

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Franco habla con su hija todos los días mientras espera a que se resuelva su solicitud de asilo.

Él le cuenta cómo es Dallas, dónde podría estudiar la universidad si algún día viene, y que trabaja duro para algún día traerla legalmente y no tenga que pasar por todo lo que él pasó.

“Hay dos cosas que juegan con el ser humano cuando llega a un país desde cero: la paciencia y la fe”, dijo Franco

“Cada día damos un paso, y cuando logra la estabilidad económica y tener un techo, verá los resultados y dirá: ‘Valió la pena. Gracias a Dios estoy aquí’”.

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Esto es parte de Crossing Points, un proyecto periodístico conjunto para mostrar la migración a Estados Unidos desde una perspectiva global empleando nuevas técnicas narrativas.

Los principales socios son The Dallas Morning News, VII Foundation y Outriders.